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          En “las aventuras del barón de Münchhausen” aparece un episodio en el que se narra cómo el buen barón, yendo de paseo con su caballo, se encontró ante una ciénaga que intentó saltar. Al descubrir que era más ancha de lo esperado, rectificó en el aire y volvió a la orilla. Desde la orilla volvió a intentar el salto, esta vez con más impulso, pero acabó cayendo igualmente al agua. Cuenta el barón que pudieron haber muerto ahogados, él y su caballo, si no fuera porque decidió tirar con fuerza de su propia coleta, y apretar entre sus piernas al caballo hasta conseguir sacarse del agua a los dos.

          Algo así parecen prometer algunos libros de los denominados de autoayuda, en los que ya desde el título se prometen resultados con problemas que, al parecer, tú no has sabido resolver porque no has hecho las cosas correctamente, y por lo visto no atesoras todo el conocimiento arcano sobre el funcionamiento de la mente humana y del universo que se intuye que contiene ese poderoso arca de la alianza que supone dicho libro. Tú mismo puedes sacarte del pozo si tienes la determinación del barón, y oye, que si te deprimes es porque no das el nivel. Aplícate y aprende.

          Hay baldas y lineales enteros en las librerías, algunos títulos de tan famosos acabas por verlos incluso en el fondo del cubo de palomitas en el cine, y sin embargo, estamos en máximos históricos en cuanto a consumo de psicofármacos, las consultas psiquiátricas y psicológicas son un servicio cada vez más demandado y yo, sinceramente, no sé cómo en las escuelas no estamos incidiendo en que hay que leer más libros de autoayuda, pues con el poder que contienen, si toda persona acudiera a ellos con la comprensión lectora necesaria, y dedicándose el tiempo para cumplir la hoja de ruta que proponen, la sociedad dejaría la utopía a la altura del betún, y todos seríamos seres de luz con una perfecta comprensión y control de nuestras emociones, con una generosidad en las relaciones nunca vista, y con un sentido de la vida perfectamente delineado, alineado y reluciente. Kumbaya, my lord

          En las facultades, es incomprensible que haya tantas asignaturas en las que toca leerse tochos «así de gordos» (imagíneme haciendo el gesto con los dedos), de los que valen una pasta, que se estire una carrera durante 4 años (5 en mis tiempos), con trayecto derivado a máster u oposición con sus correspondientes horas de prácticas, sus investigaciones, que toque leerse artículos de los difíciles en inglés, y que haya gente que se especialice y se doctore, cuando en poderosos libros de apenas 250 páginas está la fuente.

          Hay algo que se nos escapa, porque al tiempo de leer dichos libros, en general hemos olvidado lo que hemos leído y seríamos incapaces de resumirlo, seguimos incurriendo en los mismos errores, y somos los mismos pecadores de la pradera. ¿Hacemos algo mal?

           No, no hacemos nada mal. Es que la realidad y la ficción son esferas diferentes, aunque se nutra una de la otra. Es la filosofía del “Do it yourself” la que ha calado hondo, y ha conseguido hasta que nos cuestionemos nuestro funcionamiento, y que lleguemos a compararnos con unos estándares inalcanzables, y que persigamos unas aspiraciones de bienestar y auto-tuneado que no son realistas.

          El individualismo imperante es un filón para el marketing, y el marketing tiene como finalidad vender y sacar beneficios. Práctica muy noble, pero que conviene verbalizar y contextualizar: el marketing no tiene como objetivo que tú te sientas mejor, sino aprovechar tu necesidad de sentirte mejor para que consumas. Te va a recordar todo lo que no sientes, te va a hacer ver qué es lo deseable y lo correcto, y si hay que generar una necesidad, pues se genera, haciendo ver que tienes que pensar o sentir de determinada forma, poniendo nombres nuevos a problemas habituales, y construyendo modelos irreales. Si no eres comparable a esos modelos, estarás fracasando, pero tranquilo querido lector, hay un producto que te va a resolver todos tus problemas, y precisamente ellos lo tienen. Léase un «siquierespuedes» de esos, y viva la vida de ensueño que siempre deseó…

          Gilles Lipovetsky allá por el año 86 ya analizaba la sociedad postmoderna en su libro “la era del vacío”. Aspectos que entonces se esbozaban, hoy el sistema los ha fagocitado y los ha regurgitado en forma de productos de consumo. Si entonces se alertaba del narcisismo como rasgo de personalidad creciente, hoy tenemos una población eminentemente narcisista que consume canales de Twitch, Instagram, Youtube, etc. que explican cómo hay que actuar ante narcisistas (que siempre son los demás). Si entonces se hablaba del abandono de los valores, hoy tenemos una lucha encarnizada de colectivos y formaciones uniformes por absorber individualidades débiles que cohesionar dentro de un caparazón con el que imponer sus valores, que ya no vienen por transmisión ética y moral, sino por convencimiento dogmático y con un sentido de pertenencia grupal en base a etiquetas identitarias que vienen a aliviar el frío que hace ante el espejo y ante la pregunta de “quién soy yo”. 

          Lipovetsky en su “era del vacío” hablaba del excesivo individualismo psicológico, que viene acompañado de ese planteamiento de sociedad a la carta, donde el exceso de elecciones no produce una mayor libertad, sino un fracaso en el desarrollo al ser aplastados, abrumados por unas elecciones para las que no estamos preparados. Podría explicarse perfectamente con el hecho de que, contando con todo el saber humano contenido en internet, la gente invierte horas en redes sociales, porque sólo sabemos movernos en entornos conocidos, y el desconocimiento es no saber algo, pero la ignorancia es no saber que no sabes algo, porque no eres consciente de su existencia y por lógica alguien no busca lo que no sabe que no sabe. Un lío, a saber.

          La cultura como mercancía y el culto al ocio y a la inmediatez son los que hacen que proliferen este tipo de libros, que por definición, no pueden ser eficaces, dado que depositan en la propia persona, que ha encontrado hasta ahora una forma de afrontar los problemas que no le ha sido útil, la responsabilidad de establecer un diagnóstico preciso y un análisis objetivo de lo que no funciona en su vida. Es como pedir a una persona que no habla alemán que diga algo en alemán. Por más que el reclamo de base sea ese “háztelo tú mismo”, y aunque a nivel motivacional esté dispuesta a ese cambio, todo su funcionamiento físico y psicológico sigue sin estar preparado para modificar y hacer lo que le dice un libro. Y podrá jugar con sonidos al azar, pero si no sabe, no podrá hablar alemán espontáneamente. 

            Siendo justos, habría que diferenciar entre libros de autoayuda y libros de divulgación. Hay muchos libros de desarrollo personal cuya intención es instaurar un lenguaje y un ideario amable, que proporciona perspectivas saludables que nunca pueden ser perjudiciales. No generan expectativas irreales ni la ilusión de que todo depende de ti. El mero acto de leer siempre es positivo, y si la lectura aporta una visión espiritual, emocional o psicológica que compartir, está bien como un acto de autocuidado, siempre que no invalide cómo te estás sintiendo tú en tus zapatos, ni te haga sentir frustrado, incompetente, excluido, incapaz… ni se pretenda que sea algo más allá que una lectura en la que recoger ideas, desechar otras y plantearse perspectivas.

            Los artículos y libros de divulgación también ponen al alcance de personas no especialistas determinados puntos de vista o enfoques que pueden aportar ideas y novedad intelectual a quien lo lee. Eso siempre es bueno. No en vano, hay un hueco que puede llenar esa búsqueda personal, que antaño ocupaban las creencias espirituales y/o religiosas que tenían una función, y que de un tiempo a esta parte, en un avance materialista del modo de ver la vida, se ha ido diluyendo en muchos casos, lo que trae aparejados una serie de trastornos, pues se pierde el recipiente donde dejar descansar muchas cargas que provoca la propia levedad del ser. 

           Aunque esa búsqueda de respuestas se adquiere más eficazmente leyendo novelas, libros históricos, filosofía, y recurriendo a autores y pensadores que no te quieren vender una solución, sino que plasman para la posteridad un imaginario, un mundo, o un ideario que no tienes por qué creer, compartir o aceptar a rajatabla, pero que te dará riqueza para desarrollar tus propios puntos de vista y combatir tus propias batallas con más bagaje y más sensación de autoeficacia. La cultura siempre estuvo ahí para nosotros, y sigue estando si retiramos toda la hojarasca marketiniana, de consumo y de vendedores de crecepelos.

            Un libro de autoayuda puede ser una lectura de ocio sin más para una persona con inquietudes pero sin grandes dificultades, pero puede ser perjudicial precisamente para quien esté pasando por el proceso que pretende resolver el libro, dado que no tiene en cuenta la cantidad de variables que afectan a cada situación concreta, las herramientas, fortalezas y debilidades que tiene la persona que necesita ayuda, y no ofrece ese enfoque individualizado que se adapte al problema concreto de la persona. Una persona puede tener ansiedad y leer un libro que le hipermentaliza sobre cómo debe resolver su ansiedad. Pero es que igual su problema no es la ansiedad, igual su problema es lo que le genera aislamiento social, o lo que le genera no dormir bien por la noche, las sobrecargas familiares, o los hábitos alimenticios, por enumerar algunas opciones. Sin contar que a menudo, no son especialistas quienes escriben dichos textos, y dan soluciones dogmáticas y nada aplicables, además de con poca evidencia.

            Caen en banalidades, en frases evocadoras, y son dosis de azúcar a la que acude el consumidor que nota que su café es amargo. Produce un alivio a corto plazo al hacer que nos paremos a reflexionar sobre cosas que suenan a trascendentes y que no nos habíamos planteado de esa forma, pero no resuelven el problema de base, al ser únicamente una experiencia verbal, y no una inmersión en profundidad. Como ocurre en el horóscopo, el uso de vaguedades y expresiones enfocadas a un lenguaje positivo y evocador, nos puede hacer que nos identifiquemos con lo que dice a corto plazo, pero no aporta solución a largo plazo, y hasta puede ser una interferencia para un tratamiento profesional sistemático y una atención cualificada.  

            Su lectura es más fácil y ligera que un texto cualificado, contrastado y basado en estudios científicos que al leerlos se nos harían bola. Y eso está bien. Porque para eso están los profesionales. Igual que no tenemos que saber de seguridad alimentaria a la hora de ir a la tienda a comprar comida. Para eso están los profesionales. 

            Las conductas de autocuidado (comer sano, hacer ejercicio, hacer actividades antiestrés, leer, dormir bien, meditar…) siempre están bien, y sin duda ayudan a mantener en óptimo estado nuestra salud, física y mental. Pero si alguna vez caes en un pozo, ten claro que sí, que tú puedes cambiar tu situación, pero porque de ti depende pedir ayuda a personas cualificadas, y no necesitas resolverlo por ti mismo/a para considerarte competente o valioso/a; el acto de pedir ayuda es un acto de coraje y una de las mejores formas con las que ganar control para resolver tu propia situación.

           Que nadie intente convencerte de que saldrás del pozo por algo parecido al coraje, o por tirarte de tu propio pelo hacia arriba. Bastante se sufre con una depresión, con una pérdida, con un tratamiento médico agresivo, o con un trabajo estresante como para añadirle culpabilidad por no haber alcanzado los objetivos que un libro, en portada, prometía cumplir.

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