Las personas que nos decidimos un día a estudiar psicología nos encontramos a menudo con reacciones similares del entorno: desde familiares que te preguntan, con sorna pero cierto sonrojo nervioso, si les puedes leer la mente, a gente que te compara con la noble profesión de médico, sin entender en el fondo qué es un psicólogo. O personas, con patrones exactamente iguales que cientos de miles de otras personas, que te dicen “conmigo tendrías faena, porque estoy muy loca” (esto enmascara otra cosa, pero no es el tema de hoy, quizá más adelante…)
Hoy en día, en una sociedad tan hipermentalizada, hablar de psicología es algo común incluso cuando no se quiere hablar de psicología. La industria del bienestar, la excesiva exposición a redes sociales, la no separación de la identidad física y la identidad online, y en general un exceso de necesidad de aprobación de los demás, que convive con una aplastante maquinaria comercial que necesita hacerte sentir especial, diferente, única… genera nuevas formas de inadaptación, frustración y soledad, que se unen a los tradicionales problemas y sufrimientos del ser humano. La psicología, pues, parece algo a promover. Pero ¿realmente hablamos de psicología cuando hablamos de psicología?
Volviendo al incauto estudiante que acaba de entrar en la facultad, seguramente se encontrará con personas que le digan que no creen en la psicología, como si la psicología necesitara un acto de fe, o el frecuente “yo es que tengo mucha psicología”, que suele resultar muy revelador. Jamás he escuchado a alguien decir que “tiene mucha ginecología”.
No, querido lector, la psicología no es una característica personal, como puede ser la sensibilidad artística, cantar bien, ser bueno resolviendo sudokus o que te gusten los gaticos… Cuando una persona indica que “tiene mucha psicología”, suele referirse a que “cala enseguida a la gente”. Eso, en el ámbito de las relaciones sociales o en el laboral, puede ser positivo: ser capaz de anticipar con bastante tasa de acierto qué puede querer una persona, o cómo piensa acerca de un tema sin duda es un talento interesante; pero no es psicología, es prejuicio. Es una opinión que se proyecta sobre lo que creemos nosotros de una persona, sin dar lugar ni espacio a que la persona se exprese o se manifieste como realmente es, lo cual va en dirección contraria a lo que significa ser psicólogo. Sí, las primeras impresiones cuentan, pero más por lo que nos cuesta desprendernos de ellas, que porque tengamos la capacidad de adivinar o leer la mente.
Por otro lado, como sociedad que prácticamente impone la felicidad y el placer, no es extraño que proliferen manuales por fascículos de cómo ser feliz en 7 días, canales de Instagram con frases evocadoras buscando “likes”, y libros de autores de cuyo nombre no debo acordarme que llegan a ser escrituras de cabecera para mi, ser atormentado que quiere ser feliz, dejar de sufrir, y encajar por fin con esta realidad en la que todo el mundo sube fotos a las redes sociales que atestiguan que algo debo de estar haciendo mal, porque todos parecen perfectos menos yo, que no he aplicado bien eso de desearlo con fuerza, y por lo que sea, me siento profundamente triste hoy.
No, las frases bonitas tampoco son psicología, y a veces son dañinas si se pretenden usar más allá de lo estético. Nos alejan de la propia naturaleza del ser humano, que se enfrenta a pérdidas y frustraciones durante su vida, dando a entender que un día triste, o estar estresado por exceso de cargas familiares es incorrecto, porque lo correcto es sonreír, que la vida es bella, no soporto verte así, si lo quieres de verdad lo tendrás, y cada vez que estás triste muere un hada en el país de Peter Pan, o qué sé yo…
No, psicología no es echar un kilo de azúcar a la vida. Tampoco aplicar conexiones místicas con el universo, que es respetable si así quieres ver tu realidad, pero no es psicología. Ni negar o reprimir lo que piensas, sientes o quieres, porque quieres encajar o porque no es políticamente correcto. Y actualmente, casi todo es políticamente incorrecto. Y mientras nos acostumbramos a exigir opinar o hablar de determinada forma (revísese el último foro de Facebook en el que usted participó), nos extraña lo mal que están las cabezas, y cómo el mundo cada vez está más desequilibrado. ¿Alguien ha usado alguna vez una olla express? La metáfora se explica sola.
Bueno vale, ¿pero entonces qué es psicología y qué es la psicología basada en la evidencia?
Pues la psicología va de salud y aprendizaje, no de adivinación ni etiquetas. Es una ciencia que estudia el comportamiento, la mente… cómo pensamientos, emociones y conducta se relacionan y se influyen entre sí, y cómo nos relacionamos con nuestro entorno, porque no olvidemos que además de seres biológicos con capacidad de razonar y sentir, somos seres sociales que necesitamos del entorno.
La psicología basada en la evidencia por su parte es un enfoque que, igual que ocurre en otras disciplinas como la medicina o la farmacología, procura demostrar su eficacia y su efectividad a través de la investigación, con la complejidad que conlleva el trabajar con el comportamiento de las personas.
Un psicólogo que trabaja desde el enfoque de la psicología basada en la evidencia tendrá en cuenta las últimas investigaciones sobre el problema que llega a consulta, y conjugará la evidencia científica del tratamiento más efectivo, su experiencia como terapeuta y las particularidades del cliente.
Muchas asociaciones defienden este enfoque a nivel mundial, como la American Psychological Association en Estados Unidos, o el National Institute for Clinical Excellence en Reino Unido. En España, desde 2018, contamos con el “Plan de protección de la salud frente a las pseudoterapias”, que ciertamente no blinda contra “los troyanos” ni contra las malas prácticas fuera del ámbito del Sistema Nacional de Salud, pero es un primer paso. Desde estas instituciones se generan guías de tratamiento que recomiendan los procedimientos estandarizados y cuya eficacia y seguridad han sido demostrados adecuadamente.
Entendido ¿Y qué aporta un psicólogo que trabaja con terapias basadas en la evidencia?
Pues en primer lugar seguridad. El psicólogo tendrá la obligación de estar en continua revisión y estudio para estar al día de las últimas investigaciones realizadas, y contará con un reciclaje para tener la habilidad necesaria para aplicar correctamente las técnicas y saber adaptarlas a las condiciones de cada cliente. ¡Un psicólogo nunca deja de estudiar! (Ea, haber dedicado más horas al balón…)
En segundo lugar, aportará responsabilidad, combinando en la elección del tratamiento eficacia y el menor coste posible para el cliente, tanto en tiempo como en recursos materiales y personales.
En tercer lugar, y siguiendo el código deontológico del colegio de psicólogos, aportará ética, asegurando no utilizar procedimientos no suficientemente contrastados, y siendo consciente de las limitaciones de los tratamientos, derivando a otro profesional en caso de que el problema planteado exceda las posibilidades de las herramientas de que dispone.
Esto es una diferencia fundamental frente al intrusismo y a prácticas no basadas en la evidencia que a menudo se ofrecen como sistemas que sirven para todo, y en la que el cliente debe amoldarse al procedimiento, no el procedimiento al cliente (¡haz esto y tu problema desaparecerá!). El psicólogo basado en la evidencia afrontará la terapia con humildad, respeto y flexibilidad total, pues por la propia naturaleza del ser humano, no hay dos problemas iguales, ni dos soluciones exactas, y también es parte de la terapia encontrar los caminos adecuados.
La psicología, como profesión sanitaria, se rige por los cuatro principios de la bioética. Estos son: la obligación de actuar buscando el bien y el beneficio de los demás, la obligación de no hacer daño ni realizar prácticas que supongan un dolor o sufrimiento innecesario, el respeto a la autonomía del paciente, siendo éste en última instancia quien decide sobre su proceso, y por último el principio de justicia, por el cual todas las personas merecen la misma consideración y respeto, teniendo el derecho a ser tratados sin ser juzgados. Psicología no es poner etiquetas. Es promover tu salud y trabajar contigo aquello que te impide tener una vida plena, haciéndote salir de la consulta con un mayor dominio sobre tu día a día, y contando con más herramientas para resolver adversidades, porque las habrá.
Y aunque siempre tendremos a personas alrededor con “mucha psicología”, gente que dé consejos desde fuera, y tazas y sobres de azúcar con frases evocadoras que poner en nuestro perfil de whatsapp, parece razonable, dado que vamos a vivir dentro de nosotros mismos toda la vida, cuidarnos convenientemente y tomar las riendas. Eligiendo, en caso de que sintamos que necesitemos ayuda, profesionales cualificados, procedimientos seguros y avalados científicamente.